Sólo a veces uno tiene la posibilidad de saber, con algunos segundos de anticipación, cuando algo genial está por suceder. Esos segundos previos se inician en el momento exacto en el cual Mailén toca el timbre de casa. Ese es, sin dudas, mi t=0 en esta historia, la condición inicial que determina todo lo que vino después.
Pero antes, sabiendo yo que ella estaba por arribar, de a poco cada neurona de mi cerebro empieza a pensar en ello, cada neurona mía, pasa a ser una neurona-Mailén, y de a poco todos los pensamientos, todos mis pensamientos, le pertenecen a ella. Y ocupa tanto espacio todo lo que ella significa, que no me alcanza el cerebro, y empiezo a pensarla con la boca, con las manos, con los dedos de los pies, hasta que ya no me alcanza el cuerpo y todo eso se escapa, llena mi habitación, y temo que mi viejo, tomando mate en la cocina, sea invadido por ella, porque ahora todo lo que era yo es Mailén, y también el aire y mi pieza.
Entonces, al sonido del timbre, lo acompaña el sonido de la llave que yo agarro para abrirle, y el sonido de la puerta al abrirse, y después, verla de perfil, a unos diez metros de distancia, sin que ella lo note, esperando que le abra de otro lado, o, tal vez, mirando a mis perros, cada vez más viejos. Me encantó que no le ladrasen.
Y lo genial llega, toda mi casa-Mailén tiene a la verdadera Mailén adentro, y ella ni enterada de eso. Y yo no sé que se hace, no sé si la dejé pasar primero a la casa, porque jamás fui un caballero. Tampoco sé si me quiso dar un abrazo y yo también y nos salió masomenos, porque eso no es lo nuestro, y justamente, por eso, es que un abrazo torpe e inseguro fue tan lindo.
Apoya su cartera en la cama de mi cuarto, que ahora es suyo, y saca un regalo, y yo no puedo creer que siempre sepa lo que tiene que hacer. Lo sabe, no sé. Una bufanda ("Tejida por vos?!") que literalmente disuelve todo lo que yo podía llegar a hacer o decirle. Era su medio cumpleaños, cumplió 43 medios años ayer, cuando yo cumplí 44. Así que le dí un alfajor, no era mucho, pero yo sabía que ese le gustaba.
A esa altura no entendíamos nada, o ya entendíamos todo. En épocas anteriores, nos habíamos regalado tantos te quiero de manera indiscriminada para luego distanciarnos estúpidamente, que la verdad, habíamos vaciado a las palabras de contenido. No podíamos, no podemos (o al menos, yo no puedo) calificar lo que sentimos tan simplemente. Sólo le dije "gracias" y un abrazo, que me devolvió por primera vez después de casi un año. Era terrible volver a abrazarse después de tanto tiempo, más si tenemos en cuenta que nos habíamos seguido viendo, por lo general intercambiando meros silencios incómodos. Aunque yo sé que ella no vive las cosas tan dramáticamente, que no notaba que la casa amagaba con caerse. Para evitar tamaño lío, la solté enseguida.
Ya sólo nos restaba improvisar una charla banal hasta que llegase el resto, porque todo lo que importaba no lo íbamos siquiera a insinuar.
Pasó la noche, y cuando la fuimos a acompañar al colectivo, le dí un último abrazo, el único que nos salió realmente bien, porque yo sé que cuando abraza de verdad, te apoya un milisegundo la cabeza justo abajo del hombro. Yo había aprovechado para estrenar la bufanda.
Todo terminó de una vez. No tiene sentido decir que es un final. No tiene sentido, porque no termina nada. Pero si fuese una película sería uno ideal...llegar a casa y ver por todos lados su boca agigantada cuando se ríe, sus labios rojos, y esos aros con muchas cosas que cuelgan que me encantan. No puedo decir que siento por ella, porque no tengo idea, no tiene sentido siquiera pensarlo. En resumen estaba (y por una cuestión de inercia, como mi cuerpo tiene masa, sigo estándolo) tan feliz, que feliz es la palabra más insípida e idiota que he escuchado.
Si había una que en verdad podía de alguna manera sintetizar todo esto, es la que rebota como pelota a través de todo mi universo: Mailén.
Mailén, Mailén, Mailén, Mailén.
Y te vas del cine.