La quiero un montón. A veces camina despacito, como pensando, y casi siempre mete las manos por debajo de las mangas y ellas no se ven. Cuando salen, estas se toman de él, el lugar donde pertenecen. De vez en cuando, de la nada, ella le da un beso en la mejilla y sigue tomando apuntes en clase. Cuando habla, dice lo que tiene que decir, con frialdad lógica, y curiosamente, también con pasión. Nadie parece tener más claro lo que quiere y puede, salvo cuando le da hambre a la tarde, y toda su incertidumbre, toda, florece en el quiosco.
En general, esta se va de inmediato. No tiene tiempo para estupideces. Pero cuando quiere y tiene tiempo, se ríe o genera alguna. No tiene problemas en retar a nadie, muchas veces a él, claro, que simplemente ríe.
Todo es muy típico: ayer por ejemplo, había un viento molesto que carcomía los huesos, y yo vi como entre pelos revueltos, él la tomó un segundo y la besó en la cabeza. Los quiero un montón.
Yo voy allá, sabiondo de que no hay amores perfectos, y que estos están plagados de turbulencias, pero de vez en cuando, en esos instantes, parecen acercarse asintóticamente al amor mágico que no existe, ( pues esta fuera de nuestro dominio) esa divergente locura.
Los semáforos nunca dan celeste, pero cuando sagan pregunta, con toda su paranoia, "porque me mirás?" y la uruguaya responde sin inconvenientes, con una pequeña sonrisa y con incontenible sineceridad, sin una gota de rubor: "Porque sos una persona muy linda" yo no tengo más que hacer una reverencia ante tanta hermosura.