Sea feliz, no un idiota!

Si está leyendo esto, no se encuentra perdido.

Intento distraerlo, mientras le ato los cordones de los mocasines.

martes, 24 de marzo de 2020

Cuarentena

Ahora pienso en la última vez. La última vez que te ví. La última mirada. El último beso antes de cerrar la puerta del taxi esa mañana que rápido, demasiado rápido, se fue rodando por Crámer.

Un ratito antes habíamos separado los alfajores cordobeses que nos trajimos del viaje. Una caja cada uno. Me dirás que no comiste ninguno días más tarde, cuando yo ya haya terminado la mitad. La bolsa que llevaba los alfajores era la única cosa de nuestro equipaje que tenía cosas de los dos. Sacar mi caja de ahí fue para mí la realización parcial de que estábamos en cuarentena. Una palabra que espero no volver a escribir. Vos ya te habías dado cuenta totalmente: lo supe a través de tus ojos, que siempre tienen la costumbre de decir en voz alta cuando alguna cosa no está bien. Es que se vuelven algo más verdes cuando eso pasa, volviendólos más hermosos y terribles al mismo tiempo. Pero te bese igual. Nos besamos igual una última vez, para que el tiempo que pasase antes de volver a hacerlo fuese lo más corto posible.

Y Julio Cortázar escribe hace como cincuenta años en Libro de Manuel (para que yo lo pueda leer hace tres días) alguna referencia a alfajores cordobeses. Sí, cuenta que unos tipos al llegar a Francia los llevan de regalo y dos de los personajes se los morfan en el viaje mientras otros se cuentan las novedades, sin dejar nada para compartir al resto. Me acuerdo que una era Ludmilla, que forma un triángulo amoroso con Andrés y Marcos. Pero hasta ese momento del libro sólo Andrés.

Y tu auto blanco también había pasado, aunque de noche, muy cerca de casa, como el taxi. Algo así como exactamente a la vuelta, antes de girar por de los Incas. Por alguna razón, me percato recién ahora que se va a Urquiza por Crámer y a San Justo por de los Incas.

Sobre aquella noche había escrito: ¨Entre Belgrano y Colegiales me perdí, mientras tu auto blanco daba la vuelta por de los Incas¨ o algo por el estilo. También había escrito sobre tus medias de colores, sobre un vaso de jugo cepita que te serví, sobre vos y yo sentados sobre mi sillón mugriento rojo.

El taxi es amarillo y negro. Tu auto era blanco. Mi sillón no está limpio, pero seguro no está tan sucio como lo estaba el rojo y además ahora es amarillo. De los Incas hoy es Crámer, etc. Podríamos seguir así toda la vida, vos me entendés.

Me había perdido entre dos barrios esa noche. Hoy, y desde esa mañana, no encuentro señal para que me guíe el GPS a través de mi monoambiente. Es que de algún modo, quiero llegar al balcón donde te asomaste ese día. Volver a sentarnos en el sillón. Volver a darnos un último/primer beso.

miércoles, 19 de febrero de 2020

2001

Me pongo el casco. Se me enrieda una correa. Me miro en el espejo para poder ver bien como y donde se enredó. Ya está. Abrocho hasta que hace click. Me siento en un asiento al que ya se le ve la goma espuma. Y entonces recuerdo la primera vez que te ví.

Exactamente ahora abro los ojos y veo. La persianas del kiosco Bariloche están bajas. Nunca las persianas del Bariloche están bajas, pero hoy sí. Hoy sí.

Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. El tío Claudio, como siempre, tiene que parar en un montón de otros talleres a descargar y volver a subir piezas. El tío Claudio, como nunca, pasa por todas las calles donde arden fuegos de humo negro por las gomas.

Así, abro y cierro los ojos muchas veces.

En el club Independiente algunos pibes se lo toman en joda. Declararon el estado de sitio! Vuelven los milicos!

Parpadeo.

En Telefé pasan una novela de Chayanne y Araceli González.

Parpadeo.

Eugenia Tapia de Cruz; vacía. El kiosco bariloche; cerrado.

Parpadeo.

Racing campeón en el buffet del Independiente.

Parpadeo.

Palabras clave: helicóptero, cacerolas. Ya nadie dice nada del riesgo país. Seguro que sube.

Parpadeo.

A una de mis hermanas le regalaron una amarilla para navidad. A la otra una gris y, a mí, una roja. Estaban de oferta a $70 pesos en el súper recién inaugurado.

Ojos cerrados.

Vuela la tierra, muy seca por el calor. Cada tanto doña Vicenta sale en corpiño a regar la calle.

Abro parentesís

Y la puta madre este teclado yanqui que no viene con eñes y yo ya tuve que escribir tres en las últimas oraciones y los acentos son más fáciles pero igual!

Cierro parentesís.

Parpadeo.

Vamos juntos hasta el final de la calle que a veces riega Vicenta, ahí donde termina el mundo y también el barrio los perales, justo al lado vivero de Ueki, y volvemos muchas veces, acompañados de los ladridos de los perros, que no se molestan en hacerlo sincronizadamente.

Ojos abiertos sin parpadear.

Te quedás afuera esperándome en el patio dónde estudio Inglés, ahí por Gelves y la 25. Me acuerdo del día que sin querer me hiciste tropezar porque andabámos boludeando como siempre y me la di contra el asfalto. Los señores que pasaban por ahí me preguntaron si estaba bien. La verdad es que tenía varios raspones (tengo marquitas en los brazos hasta hoy) pero fui igual a la clase. Me parecía gracioso que se me ensuciase la carpeta con sangre. Pero yo ya te había perdonado antes de que me comprases el cuarto kilo de helado a la vuelta. Creo que (aunque no me lo diga) mi vieja tenía miedo por lo que me pasó y hubiese preferido que ya no paseemos más juntos.

Me arden. Los ojos. Los tengo que cerrar. Aún así, te puedo mirar.

Un día, vamos a Pilar ida y vuelta. Otro día vamos a comprar helado, pero no tienen hielo seco. Nos la jugamos y compramos igual y llega a lo de Ari totalmente derretido, convertido en una pasta homogénea de un color que ya no me acuerdo. Vamos a jugar al fútbol mil veces y media. Y una vez hasta vamos con otra pareja a una casaquinta a un cumple de un pariente de uno de elles. Cuando vos y yo nos juntamos, nunca nos quedamos quietos.

Ojos bien abiertos.

Estuvimos separados unos meses, hasta que vos también viniste para acá un día. Casualmente, te alcanzó el tío Claudio en uno de sus viajes. Eras la misma y al mismo tiempo mejor. Y no mucho después terminamos viviendo juntos. Yo sé que los años pasan y las cosas se desgastan, pero si lo nuestro supo emerger en medio del 2001 y trascender a lo largo de todos estos años, no veo porque carajo no podemos seguir pedaleando juntos por un rato largo, aunque a veces haga falta hacer algunos arreglos.




martes, 4 de febrero de 2020

Melián

Entre vos y yo cabe apenas un barrio o tal vez la mitad. Aunque entre vos y yo cabe todo un medio barrio o tal vez un barrio entero. Hay ventanas con antiguos marcos de madera, verdulerías con frutillas demasiado caras y supermercados chinos con la birra bien fría.

Tenemos muchas piedras, demasiadas, como para poder llegar a cualquier panadería y todos los ascensores nos suben y nos bajan demasiado despacio antes de poder llegar (salir). Se nos cae siempre el sol por el balcón justo cuando nos olvidamos de regar las plantas. Y, sin embargo, ellas crecen en las macetas para espantar nuestras palomas que dejan entonces de ser nuestras y vaya uno a saber si son libres.

Y en el medio, mientras camino, Melián.

Llueven plazas en los adoquines de Verano cuando vamos a vernos, porque, como vos ya bien dijiste, siempre hay una heladería entre nosotros, justo en el medio. Y al final, sea lo que sea el barrio y las muchas (pocas) cuadras que nos separan (acercan) siempre todas nuestras experiencias oscilan entre comidas y soles; sillones y ojos; sabores y miradas.

Y en el medio del medio barrio me detengo y dejo de caminar para mirar una calle con muchos árboles.

Pero no vale la pena tampoco quedarme demasiado.

martes, 26 de noviembre de 2019

Configuración

Cuando son más de las 12, busco encontrar de una vez por todas algo de mis propios pensamientos. En lugar de eso, me pierdo en mis boludeces. Juego cambiando la configuración del teclado hasta poder hacer que hable castellano. Y googleo como escribir las tildes y la ñ.

Ya parece un teclado normal ahora para la parte de las tildes, mas no para escribir la ñ. Intentaré actuar con premura y no caer en mi atolondrada torpeza y en una de esas, sin querer, escribir una palabra que contenga esa letra. Puedo decir que me voy a duchar o a asear, por ejemplo, en lugar de decir esa otra palabra que contiene esa letra, esa letra que en mi teclado todavía me cuesta mucho escribir y ya fácilmente ustedes se imaginan la letra y la palabra a las que me refiero. Eso me recuerda que hay palabras (más que letras) que también son difíciles de escribir, pero eso, ya sabemos, nada tiene que ver con el teclado, ni con el tema que en este texto nos compete.

Aun así, dado que dudo que este texto lleve hacia algún lado, y que dudo que haya algo que realmente nos competa un Martes húmedo y pegajoso, voy a extender un poco la reflexión final del párrafo anterior. Algunas palabras son aún más difíciles de decir que de escribir: Otorrinolaringología, por decir apenas una (claramente la busqué, la copié, y la pegué acá; no iba a ser tan ingenuo de tratar de escribirla yo).

Aunque vos y yo seguro pensábamos palabras más cortas, no? No sé el resto. En fin, vamos bien. Pero, siento que lentamente me duermo, y una palabra con esa letra se apoderá de mí, y pienso en el día que sigue al día de hoy, porque no tengo ganas de usar esa letra, ni romperme la cabeza pensando en sinónimos.

Y por eso ahora ya esto se termina (sí, ya) con vos y conmigo. Porque si hay letras difíciles de tipear, palabras difíciles de pronunciar y, sobre todo, frases que no se pueden decir, esto se convierte en un mensaje parcialmente censurado y carente de contenido. Y solo decimos estas cosas, y usamos todas estas palabras, porque no nos animamos nunca a decir, las pocas que importan.

Y por eso vale la pena escribir la ñ aunque cueste (ya no tanto) y pensar las palabras que pienso y decirte que hoy, como siempre, voy a soñar con vos. Que mañana, cuando me levante, voy a seguir del mismo modo, pensando en vos mientras me esté bañando hasta que la hechizo se haga añicos al subirme a mi bici oxidada y esfumarme en el asfalto con otras bicis, autos, taxis, colectivos, camiones, fletes, perros, supermercados y agua podrida bajo un sol porteño.

Y después te digo que pienso.


martes, 12 de marzo de 2019

Viajes

A veces salgo de mí.
Huyo tratando de abrir puertas que nunca estuvieron abiertas.
Salgo de mí y temo nunca más volver.
Me hundo en la arena que me abraza.
Cuando ya no me queda aire me desentierro; me doy vuelta y me miro.

Y cuando me miro....

Salgo de mí para correr y mirar todas las vidrieras.
Siempre hago todo lo que tengo al alcance para poder entrar a los negocios cerrados.
Cuento las monedas y pierdo los billetes, mientras me olvido de mirar para el costado.
Y cuando miro de nuevo las vidrieras, miro mi reflejo y me miro.
Me miro.

Salgo de mí a morir por ninguna causa,
mientras lo que queda de mí se queda viviendo adentro de la casa.
Salgo de mi a navegar ríos infinitos,
hasta que llego a olvidarme de mí.
De mí.

Salgo de mí hasta olvidarme a dónde voy,
Y salgo para olvidarme de volver.
Y salgo para olvidarme de volver a mirarme.
Porque cuando me miro...

Y tomo todos los trenes que se rompen por si acaso,
con tal de salir.
Y ahora que salí de mí tantas veces, ya no sé si soy el que se queda o el que se va.
Ahora que me perdí y ya no se si alguna vez me encontré, ya no se si soy.

Cada tanto alguien me acompaña en mis travesías.
Otras veces me visitan y me acuerdan de mí.
De mí.

Y cuando me acuerdo ya no sé si me quedé o me fui.
Ya no sé si soy uno o dos.
Y entonces por si acaso me miro.
Me miro.

Al fin me encontré.

Dame la mano.
Acercame tu oreja.
Tengo algo que decir.


lunes, 13 de agosto de 2018

Martín

Todo el día el tema estuvo rondando en su cabeza. Y bien sabía que, ahora que esa palabra ya definitivamente rondaba en sus pensamientos, no iba a poder sacársela así nomas. Era posible que eso nunca sucediese finalmente. Pero pensar en el futuro era algo difícil para él. A esa altura de su vida, por ejemplo, todavía no creía entender del todo siquiera cuánto duraba un año.

Sí, no era un estúpido: sabía que un día duraba veinticuatro horas, y que trescientos sesenta y cinco días duraba un año. Salvo los bisiestos. Salvo los bisiestos. El problema era otro. A duras penas recordaba que era lo que hacía o pensaba hace un año. Vaya uno a saber cuales eran sus preocupaciones por aquel entonces. Estaba seguro que no pensaba en nada parecido a lo que pensaba ahora. Ni siquiera se veía igual en la foto del jardín. No era sólo el color del guardapolvo no, ahora era mucho más alto, y estaba casi seguro que tenía menos dientes. Un año era demasiado.

El punto es que, ¿cómo iba a saber lo que es vivir toda una vida, que según lo que sabía duraba unos ochenta años masomenos, si no tenía ningún recuerdo de tres años atrás y toooooda su vida hasta ahora había durado poco más de unos siete años? Sabía su nombre, aunque no recordaba desde hacía cuanto lo sabía. Algo parecido le pasaba con su cumpleaños. Se llamaba Martín (la mayoría de las veces) y cumplía el quince de Julio. No siempre se llamaba Martín (su madre solía referirse a él en términos ridículamente cursis) ni tampoco cumplía años siempre el mismo día. En dos mil dieciocho había caído Domingo y, el año anterior, Sábado.

Y sabía que le gustaba patear pelotas y tirar piedras a los árboles. No le gustaba el colegio, pero le gustaba aprender. (Aunque antes de entrar a primer grado, pensaba que una iba de la mano con la otra). Y sabía que en Boca antes había un jugador que se llamaba Riquelme y su papá le juraba que era muchísimo mejor que Pavón. Y eso que Pavón era el mejor ahora y hasta había ido al mundial.

Sabía que tenía dos primos, un perro y tres abuelos. Que todavía era muy chico para tener un celular. Sabía que la forma de las baldosas era cuadrada y que las estrellas están muy lejos. Que los chicos no podían tomar alcohol ni tampoco opinar de casi ninguna cosa. (Y si lo hacían, rara vez los tomaban en serio). Por eso, tampoco se animaba a decirle a nadie sobre esa palabra que tantas veces había escuchado, pero a la cual recién ahora le había prestado atención. Era mejor, seguramente, investigar por su cuenta.

Era curioso que, a pesar de ser plenamente consciente de que su casa y la calle de su casa, y el barrio donde estaba la calle de su casa y su casa (y las otras calles y casas de su barrio) eran como habían sido siempre, ya no le parecían iguales desde que esa palabra se le había venido a la mente. Y no podía evitar preguntarse porque su papá y su mamá iban a trabajar como siempre todos los días si sabían de esto. Es decir, ellos habían vivido mucho más tiempo que él, y habían sido chicos también alguna vez. Seguro sabían. Todos lo saben, en realidad. Pero, por alguna razón, parecía ser mucho más normal andar por ahí como si nada. Haciéndose los boludos.

En su habitación había un espejo. Martín se miró en él por primera vez. Ya lo había hecho otras veces claro, pero nunca de ese modo. Sintió, por primera vez, que él no era él. Que su reflejo no era el suyo, sino de otro chico de siete años con su misma cara, su mismo pelo y peinado, su misma altura, sus mismos gustos y sus mismos gestos. Todo, todo igual. Sintió por primera vez disociados su cuerpo y su alma (si era que tal cosa existía) y una sensación horripilante y muy oscura se adueño de él. Cerró los ojos muy fuerte y ya no miró más.

Esa noche, y dos o tres más después de esa, no pudo dormir. No podía parar de pensar. Las únicas veces que había dormido mal era porque le dolía la panza (especialmente después de bajarse un paquete de gomitas o comer mucho chocolate o pochoclo o...) o tenía fiebre. Esas noches sin dormir fueron distintas. Martín esperaba su oportunidad para saciar su curiosidad, lo necesitaba, por más terrible que fuese lo que pudiese encontrar.

Un día, sonó el celular de su papá, que salió del living hacia el patio de la casa, dejando su compu prendida, apoyada en la mesa. Martín, que estaba sentado en el piso mirando la tele, vio su oportunidad. Hasta había quedado Google abierto. Martín se había vuelto muy peligroso desde que había aprendido a escribir. Como todos los chicos de su generación, sabía manejar este tipo dispositivos desde mucho antes, casi desde la cuna, pero ahora no sólo abría programas y páginas web guiándose por dibujos, formas y símbolos llamativos. Ahora podía escribir. Y sabía para que se usaba Google, claro. Y sabía como se escribía la palabra que tanto quería buscar. Esa que había carcomido su mente durante todos esos últimos días. Fue buscando las teclas despacio, apretando con su dedo índice cada una de las seis letras que la componían. Fue así que Martín buscó, por primera vez y a su manera, el significado de la palabra muerte.


domingo, 1 de abril de 2018

Pascuas

Todo lo que sueño es esta sombra difusa.
Nunca conocí ningún color.
Mis sueños describen el vientre sensible de un dragón,
rodeado de oro,
y las guerras,
por conquistar su tesoro.

Todo lo que deseo ya lo tengo.
Sólo quiero saber tu sabor.
Lo que tengo se dibuja en tu lengua sensible de mí,
con tu sangre que cubre mi piel,
y tus ojos,
y nuestros dedos,
y todo lo que somos,
todo lo que somos.

Tengo muchas cosas,
y, la mayoría,
tienen que ver con vos y yo.

Cosquillas en el vientre;
fuego en las entrañas.
Mueren todos;
vive el dragón.

Todos respiran dormidos,
y el humo
se llena de nubes.

Llueve y graniza en la pileta y,
mientras se cortan las alas,
nos tiramos de cabeza.