Sea feliz, no un idiota!

Si está leyendo esto, no se encuentra perdido.

Intento distraerlo, mientras le ato los cordones de los mocasines.

miércoles, 19 de febrero de 2020

2001

Me pongo el casco. Se me enrieda una correa. Me miro en el espejo para poder ver bien como y donde se enredó. Ya está. Abrocho hasta que hace click. Me siento en un asiento al que ya se le ve la goma espuma. Y entonces recuerdo la primera vez que te ví.

Exactamente ahora abro los ojos y veo. La persianas del kiosco Bariloche están bajas. Nunca las persianas del Bariloche están bajas, pero hoy sí. Hoy sí.

Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. El tío Claudio, como siempre, tiene que parar en un montón de otros talleres a descargar y volver a subir piezas. El tío Claudio, como nunca, pasa por todas las calles donde arden fuegos de humo negro por las gomas.

Así, abro y cierro los ojos muchas veces.

En el club Independiente algunos pibes se lo toman en joda. Declararon el estado de sitio! Vuelven los milicos!

Parpadeo.

En Telefé pasan una novela de Chayanne y Araceli González.

Parpadeo.

Eugenia Tapia de Cruz; vacía. El kiosco bariloche; cerrado.

Parpadeo.

Racing campeón en el buffet del Independiente.

Parpadeo.

Palabras clave: helicóptero, cacerolas. Ya nadie dice nada del riesgo país. Seguro que sube.

Parpadeo.

A una de mis hermanas le regalaron una amarilla para navidad. A la otra una gris y, a mí, una roja. Estaban de oferta a $70 pesos en el súper recién inaugurado.

Ojos cerrados.

Vuela la tierra, muy seca por el calor. Cada tanto doña Vicenta sale en corpiño a regar la calle.

Abro parentesís

Y la puta madre este teclado yanqui que no viene con eñes y yo ya tuve que escribir tres en las últimas oraciones y los acentos son más fáciles pero igual!

Cierro parentesís.

Parpadeo.

Vamos juntos hasta el final de la calle que a veces riega Vicenta, ahí donde termina el mundo y también el barrio los perales, justo al lado vivero de Ueki, y volvemos muchas veces, acompañados de los ladridos de los perros, que no se molestan en hacerlo sincronizadamente.

Ojos abiertos sin parpadear.

Te quedás afuera esperándome en el patio dónde estudio Inglés, ahí por Gelves y la 25. Me acuerdo del día que sin querer me hiciste tropezar porque andabámos boludeando como siempre y me la di contra el asfalto. Los señores que pasaban por ahí me preguntaron si estaba bien. La verdad es que tenía varios raspones (tengo marquitas en los brazos hasta hoy) pero fui igual a la clase. Me parecía gracioso que se me ensuciase la carpeta con sangre. Pero yo ya te había perdonado antes de que me comprases el cuarto kilo de helado a la vuelta. Creo que (aunque no me lo diga) mi vieja tenía miedo por lo que me pasó y hubiese preferido que ya no paseemos más juntos.

Me arden. Los ojos. Los tengo que cerrar. Aún así, te puedo mirar.

Un día, vamos a Pilar ida y vuelta. Otro día vamos a comprar helado, pero no tienen hielo seco. Nos la jugamos y compramos igual y llega a lo de Ari totalmente derretido, convertido en una pasta homogénea de un color que ya no me acuerdo. Vamos a jugar al fútbol mil veces y media. Y una vez hasta vamos con otra pareja a una casaquinta a un cumple de un pariente de uno de elles. Cuando vos y yo nos juntamos, nunca nos quedamos quietos.

Ojos bien abiertos.

Estuvimos separados unos meses, hasta que vos también viniste para acá un día. Casualmente, te alcanzó el tío Claudio en uno de sus viajes. Eras la misma y al mismo tiempo mejor. Y no mucho después terminamos viviendo juntos. Yo sé que los años pasan y las cosas se desgastan, pero si lo nuestro supo emerger en medio del 2001 y trascender a lo largo de todos estos años, no veo porque carajo no podemos seguir pedaleando juntos por un rato largo, aunque a veces haga falta hacer algunos arreglos.




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