Sea feliz, no un idiota!

Si está leyendo esto, no se encuentra perdido.

Intento distraerlo, mientras le ato los cordones de los mocasines.

lunes, 21 de agosto de 2017

Destino

El Viernes, cuando estaba yo volviendo del colectivo, se subió una mina al 194. Se sentó (muy brevemente) al lado mío. Instantes después, se levantó y se fue a sentar a otro asiento, por el mero hecho de que observó que había un par de una fila libre y podía en uno apoyar su cartera y sentarse en el otro. El lugar donde se sentó se encontraba detrás mío y por delante de la puerta trasera del colectivo.

La mina no se había subido mucho antes de que a mí me tocase bajar. Habrían pasado dos minutos y yo ya llegaba al puente de la av. de los Inmigrantes en Escobar. Y entonces, fue cuando sucedió.

Transcurría yo por el pasillo camino a la puerta de atrás del bondi e inevitablemente me iba a acercando a la fila donde ella se hallaba sentada. Y fue así que, casi sin querer, de un modo espontáneo, la miré. Y me surgió sonreirle. Lo increíble fue que respondió a mi mirada y, muy despacio, me devolvió la sonrisa: fue una sonrisa tremenda, de labios rojos muy bien pintados y de dientes demasiado blancos, que hicieron que su pelo castaño fuese...no sé. No sé como decirlo.                      
Pero yo. Yo me encaminaba muy lentamente hacia la puerta, puesto que el colectivo se acercaba (mucho más rápido) hacia mi inevitable destino. Nunca había sido tan inoportuna una llegada a casa.
Por un instante se dio vuelta y miró de reojo, pero para mi decepción volvió de nuevo la cabeza y ya llegando y yo por bajarme, sólo el plástico gris de la parte de atrás de su asiento me devolvía la mirada.

Y cuando no me quedaba otra que pensar, pensar en como se llama, pensar en su número de teléfono, pensar dónde o cuando la iba a volver a encontrar, llegamos y tuve que bajarme.

Y estúpidamente, cuando bajé, porque el colectivo ya arrancaba muy rápido de nuevo, corrí un poco, hasta alcanzar su ventana. Y ella ya me estaba esperando: esta vez la sonrisa fue mucho más grande y me despidió con la mano mientras se reía y yo apenas si alcancé a devolverle el saludo antes de verla por última vez.

Y nunca supe como se llama, ni cómo se oye su voz, ni cual es su gusto de helado favorito.