Temer el fin. El problema de los momentos felices es que son efímeros. El autor sabe que lo son y se aferra al cuerpo de su amiga lo más que puede para recordar el abrazo cuando se vaya a dormir. Pero cuando abraza a la almohada esta no deja de ser una almohada, no, no es su amiga, ni pretende convertirse en ella. Entonces el autor se da cuenta de que es un idiota, porque al pensar en eso ya no puede disfrutar del abrazo y ya no es feliz en absoluto.
Ahora está triste por varias cosas: no haber disfrutado al máximo del momento, tener ganas de que vuelva el momento, y ser un pelotudo que los necesita como el oxígeno que se supone a veces aspira para poder ser un poco más feliz.
El autor escribe y escribe tratando de registrar cada una de sus histéricas sensaciones para ver si es posible que sea entendido por al menos una pequeña porción del resto de los bípedos omnívoros de poco pelo y mucha lengua que habitan en el geoide que orbita alrededor del sol, solverde mío. Se siente un poco mejor al hacer este plato de fideos y subirlo a la internete a su blaaag cursi y melancólico.
Pero a todo esto su amiga lo abrazaba y el señor autor sabía que él todo lo veía: la cabeza rajada en el cemento del patio de la casa de Valeria de su primo al jugar al fut, su obsesión adolescente iluminada tras las rejas de la prisión con ojos que le daban el tinte a su sol, un hombre fumando marihuana invisible, un león muerto en la nieve, y tantas otras cosas que pueden significar ver todo.
Su otra amiga se ríe sin parar. Una borrachera sin licor en la sangre pero muchas alucinaciones en la cabeza, un disparo de fantasía buscando la irrealidad de esa noche fría.
El autor tiene Alzheimer de abrazos: de alguna manera sabe lo que son pero se olvida cómo son. Y cuando escribe y piensa ahí sí puede sentir el calorcito y vivir de nuevo.
Cuando la otra ríe ya todo es perfecto. Si el autor no estuviera loco lo hubiera invadido toda la felicidad estúpida del mundo, de tanto reírse y abrazarse consigo mismo. El autor las quiere mucho, y sólo quiere ser feliz.
Una amiga, poco café, mucha azúcar.
Otra amiga, mucho café, cero azúcar.
Una no puede silbar.
Otra no lo soporta.
Una y otra están todavía peor que el autor, puesto que tienen la valentía de relacionarse con él a pesar de que se sabe, es un señor peligroso por su demencia.
Él no entiende nada. No entiende como no soporta un segundo su soledad, como la única manera de mantenerse contento es seguir escribiendo para que una me abrace y la otra se ría.
Por las dudas se lleva un lápiz a la camucha.
Ahora está triste por varias cosas: no haber disfrutado al máximo del momento, tener ganas de que vuelva el momento, y ser un pelotudo que los necesita como el oxígeno que se supone a veces aspira para poder ser un poco más feliz.
El autor escribe y escribe tratando de registrar cada una de sus histéricas sensaciones para ver si es posible que sea entendido por al menos una pequeña porción del resto de los bípedos omnívoros de poco pelo y mucha lengua que habitan en el geoide que orbita alrededor del sol, solverde mío. Se siente un poco mejor al hacer este plato de fideos y subirlo a la internete a su blaaag cursi y melancólico.
Pero a todo esto su amiga lo abrazaba y el señor autor sabía que él todo lo veía: la cabeza rajada en el cemento del patio de la casa de Valeria de su primo al jugar al fut, su obsesión adolescente iluminada tras las rejas de la prisión con ojos que le daban el tinte a su sol, un hombre fumando marihuana invisible, un león muerto en la nieve, y tantas otras cosas que pueden significar ver todo.
Su otra amiga se ríe sin parar. Una borrachera sin licor en la sangre pero muchas alucinaciones en la cabeza, un disparo de fantasía buscando la irrealidad de esa noche fría.
El autor tiene Alzheimer de abrazos: de alguna manera sabe lo que son pero se olvida cómo son. Y cuando escribe y piensa ahí sí puede sentir el calorcito y vivir de nuevo.
Cuando la otra ríe ya todo es perfecto. Si el autor no estuviera loco lo hubiera invadido toda la felicidad estúpida del mundo, de tanto reírse y abrazarse consigo mismo. El autor las quiere mucho, y sólo quiere ser feliz.
Una amiga, poco café, mucha azúcar.
Otra amiga, mucho café, cero azúcar.
Una no puede silbar.
Otra no lo soporta.
Una y otra están todavía peor que el autor, puesto que tienen la valentía de relacionarse con él a pesar de que se sabe, es un señor peligroso por su demencia.
Él no entiende nada. No entiende como no soporta un segundo su soledad, como la única manera de mantenerse contento es seguir escribiendo para que una me abrace y la otra se ría.
Por las dudas se lleva un lápiz a la camucha.
Camucha, casucha colucha...
ResponderEliminarte quiero ax .. =)