Con toda esa puta pureza de amor cotidiano que tenían esos dos, no dejaban nada para el resto, y en el medio de los océanos quedaban los párpados, la espuma, y los sobrecitos de edulcorante que nunca nadie iba a usar.
En alguna parte de la panamericana quedaba la selva, sin taparrabos los monos pelaban bananas y derretían argumentos triturando la capa de ozono. Y entonces, ya el norte de la provincia quedaba muy lejos, y en Buenos Aires capital, al borde del río, ellos dos, tomando en telgopor, rompiendo toda la porcelana.
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