Un nene cuenta sus narices y, aliviado, comprueba que ya no tiene ninguna. El pariente jocoso, ve, con horror, como lo que creía que era su dedo pulgar, tiene dos orificios olfativos mocosos en su lugar.
Desde luego el pibe, sin más opción, toma un cuchillo de esos largos de la cocina, y aprovechando el desconcierto del adulto responsable, distraído, observando esa realidad alterna a lo que él supone posible, con un movimiento sorprendentemente veloz, los recupera.
Se los pega de nuevo y, burlón, agrega: "ya no tenés mi nariz!" mientras el señor se desangra.
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