Sea feliz, no un idiota!

Si está leyendo esto, no se encuentra perdido.

Intento distraerlo, mientras le ato los cordones de los mocasines.

domingo, 17 de julio de 2011

Renacuajos

No me gustaba eso de que fueras de la realeza. No quería, ni quiero, muñecas maquilladas y falsas, con sonrisa plástica y fealdad artificial: yo quería unas alpargatas y unos jeans medio rotos (o una pollera larga) pelo enredado por el viento y ojos inevitablemente brillantes por el sol tempranero, y las ojeras de una noche sin dormir. No quería princesas.

Pero tal vez sólo por eso de quedar bien, de arreglarte porque de vez en cuando (sólo de vez en cuando) te pintabas bien las uñas, te delineabas los ojos, y salías sin prejuicio alguno a matar por ahí, con esa forma de asesinato tan sutil que te hacía culposa y no dolosa, al menos desde el punto de vista oficial.

No me gustó desfallecer en tus dominios, en tus labios nunca tan rojos. Muy fácil fue para vos hacer de ese colectivo un carruaje, de esos pasajeros tu séquito, y de mí.

Y de mí hacía vos. Sin crédito en el SUBE, fuimos contando monedas improvisadas, y lo que nos quedó se hizo barra de chocolate, tras tu banquete real de milanesas con papas fritas.

No quería, porque no podía, coronarte con papel de cigarrillo, no sólo porque no fumábamos, sino porque se te hubiese caído varias veces esa corona mientras saltabas en cada esquina, dado que tus cortas patas no llegaban al cordón sin poder evitar el agua que allí se acumulaba.

Las llaves, y su sonido de metal, que nunca había sido igual, abrieron, y yo por primera vez fui caballero y te dejé entrar sin pasar al café. Tal vez de mi parte fue una ingenuidad.

Pero mejor cumplir con el protocolo.

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