Me quedé ahí quieto, simplemente perdido en tus tobillos. Ellos se iban, ni frágiles, ni fuertes. Pero en lugar de ellos, se doblaba el piso, y yo sin él, quedaba suspendido, ingrávido, condenado a flotar para perseguir con la mirada ese par de tobillos en los que me había perdido.
Me arden los dedos, no tocan nada, pero se retuercen y escurren su sangre sobre sí mismos, decididos a ese suicidio con tal de evitar ser parte de vos.
Te vas con la mirada, y me quedo en tus tobillos. Te vas.
Te vas con los brazos en jarra, y con la espalda negra.
Me das tu última cara, sonrisa de nada, café tampoco.
Me duelen tus pies, y me vuelvo a la tierra.
Soy yo.
Quedé tirado, vomitando en tu almohada.
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