Suave, y respetuosamente, acerco su mano al pecho de ella, y con una increíble delicadeza sus dedos fluyeron hasta el corazón, al que arrancó con rapidez de su hueco, aunque sin producirle rasguño alguno. Lo miró detenidamente y lo analizó como ama de casa a un fruto de una verdulería: como vio que estaba bueno, lo frotó un poquito en su ropa para sacarle la tierrita y le dio un mordisco.
Ella sintió un pedazo del corazón que le pertenecía latiendo por la garganta de él, que ya había tragado lo que había mordido y masticado, y a su vez una porción de corazón arrítmico en su mano derecha, en el centro se podía ver su jugo y sus semillas. Ese líquido era infinito y se repetía, desde luego, con cada uno de esos latidos, que la mujer hacía hervir en el estómago y hasta en los intestinos del otro, sembrando su árbol corazones en la mano, alimentado por cada mordisco de lujuria pornográfica. Quedaba pues, el sabor de su fruto en la boca de él, además del hueco vacío de lo que a ella le habían hurtado.
Aunque, claro, sin darse cuenta, él ya le había dado su propio corazón a ella. Y con el paso del tiempo, el árbol dio de su mano dio nuevos corazones maduros, y de esta manera se había detenido ya ese frenético intercambio de mutuas ilusiones, de otoños y veranos en su cosecha. Se miraron un poco, podaron las ramas, y dejaron tranquilos a sus plantaciones, que crecían por su cuenta, ahora sí, sin riego alguno.
Lo que mordió cada uno, pasa por la sangre, y se evapora, oxigenando el aire.
(O tal vez, todo era un lindo veneno, una linda de morir, y de matar al resto, pero no, muy tarde para cambiar de metáfora)
Ella sintió un pedazo del corazón que le pertenecía latiendo por la garganta de él, que ya había tragado lo que había mordido y masticado, y a su vez una porción de corazón arrítmico en su mano derecha, en el centro se podía ver su jugo y sus semillas. Ese líquido era infinito y se repetía, desde luego, con cada uno de esos latidos, que la mujer hacía hervir en el estómago y hasta en los intestinos del otro, sembrando su árbol corazones en la mano, alimentado por cada mordisco de lujuria pornográfica. Quedaba pues, el sabor de su fruto en la boca de él, además del hueco vacío de lo que a ella le habían hurtado.
Aunque, claro, sin darse cuenta, él ya le había dado su propio corazón a ella. Y con el paso del tiempo, el árbol dio de su mano dio nuevos corazones maduros, y de esta manera se había detenido ya ese frenético intercambio de mutuas ilusiones, de otoños y veranos en su cosecha. Se miraron un poco, podaron las ramas, y dejaron tranquilos a sus plantaciones, que crecían por su cuenta, ahora sí, sin riego alguno.
Lo que mordió cada uno, pasa por la sangre, y se evapora, oxigenando el aire.
(O tal vez, todo era un lindo veneno, una linda de morir, y de matar al resto, pero no, muy tarde para cambiar de metáfora)
No hay comentarios:
Publicar un comentario