La caja de crayones está gastada. Se va muriendo la metáfora. Sólo quedan en el set blancos, negros y grises que no tengo interés en usar. Los colores son tan difusos, tan confusos, tan alegres, pero a la vez, tan melancólicos. Es que uno siempre termina tomando los mismos, los que más le gustan hasta que se terminan, y ya está, no se puede conseguir que el naranja de mi caja sea igual al de la tuya. Que el verde de una nueva reemplace el mío. Es mío y de nadie más, como la flor que domó a un tal príncipe. Son mis colores iguales tal vez a los tuyos, pero totalmente distintos, queda claro eso. Sé que si dejo de usarlos un ratito se regeneran, y si pasa demasiado se decoloran. Pero es necesario gastar crayones para seguir dibujando. Mientras espero que un nuevo color aparezca en mi alma, y que haga brillar mis ojos. La muerte es incolora, y se dibuja al tiempo que se terminan los colores, algo que parece imposible, pero que a veces sucede. Así surgen pensamientos cortados e improvisados en la noche. Todo es intenso a esta hora: los colores y la muerte; la luz y la oscuridad. Andá a saber cuál es mejor. Colores, y nada más. Muerte y lo demás. Bocetos inentendibles que surcan los caminos de la lógica. Bebo el té de arco iris y me voy a dormir...pensaré un rato más en mi almohada, sobre felicidad, muerte, tristeza, vidas y otras cosas. Alguien tiene que hacerlo.


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